Cristo ha entrado en su gloria. ¡Qué pensamiento tan sencillo, profundo y maravilloso! Esta gloria es su gloria esencial, la que siempre tuvo en la Deidad. Sin embargo, lo que es totalmente nuevo es que ha entrado en ella como el Hijo del Hombre resucitado.
Muchos podrían preguntarse: «¿Cómo y cuándo entró en su gloria?». Los discípulos también tenían estas dudas, pero pronto obtuvieron la respuesta. En este mismo capítulo, Jesús llevó a sus discípulos hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. “Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo” (v. 51). Los discípulos presenciaron este acontecimiento con gozo y adoración. Hechos 1:9 lo confirma: “Viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos”. Estos hechos quedaron registrados en la Biblia como testimonio fidedigno de lo que los discípulos vieron con sus propios ojos.
El corazón de los hombres, incrédulo por naturaleza, no vio belleza alguna en este adorable Salvador. Lo despreciaron, rechazaron y crucificaron. Pero el Padre lo resucitó de entre los muertos y lo glorificó. Ahora, él está sentado triunfante en el trono de Dios. “A este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hch. 2:36).
En una ocasión, Simón Pedro le preguntó al Señor: “¿Adónde vas?” (Jn. 13:36). El Señor Jesús, quien conocía el amor del Padre y el lugar de su habitación, pues moraba en su seno, consoló a sus discípulos con la verdad maravillosa de la casa del Padre: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros… vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:2-3). Esta promesa no solo fue para ellos, sino también para nosotros.