El Señor había estado obrando en la iglesia en Antioquía durante la ausencia de Saulo y Bernabé. Al regresar, retomaron su lugar entre otros hermanos de orígenes diversos, a quienes el Señor había dotado y levantado para la edificación de la iglesia. Mientras servían al Señor con dedicación y negación de sí mismos, oyeron al Espíritu Santo decir: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”. Luego de más ayuno y oración, la iglesia los encomendó al Señor y los despidió. Enviados por el Espíritu Santo, viajaron primero a la isla de Chipre y después a territorios más desafiantes en la parte continental de la actual Turquía.
A veces, una persona puede percibir el llamado del Señor antes de que otros lo disciernan. En tales casos, es sabio esperar hasta que el Espíritu Santo lo confirme también a los demás, en lugar de avanzar solo. De este modo, el creyente comisionado puede salir enviado por el Espíritu, respaldado por las oraciones y la calurosa comunión de sus hermanos.
Este primer viaje misionero tuvo tanto desafíos como grandes bendiciones. Muchas almas fueron salvas y se establecieron nuevas iglesias. En el transcurso de la obra, Bernabé y Saulo pasaron silenciosamente a ser Pablo y Bernabé. Al finalizar su viaje, regresaron a Antioquía, la iglesia de donde habían partido, “desde donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían cumplido. Y habiendo… reunido a la iglesia, refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos” (Hch. 14:26-27).