Me han dicho que cuando se realiza un injerto en una vid, se produce un proceso fascinante de doble unión. Primero, el nuevo injerto extiende sus raíces y fibras hacia el tallo, mientras que el tallo crece hacia el injerto. Luego, en la segunda fase, la savia de la vid penetra en la nueva rama, ascendiendo por sus brotes y nutriendo sus hojas y frutos.
Esto es precisamente lo que nuestro Señor tenía en mente cuando dijo: “Permaneced en mí, y yo en vosotros”. “Permaneced en mí” implica nuestra responsabilidad de vivir en obediencia y confianza, desprendiéndonos de todas las demás cosas para depender solo de él. Y mientras permanecemos en él, él permanece en nosotros, fortaleciendo nuestro hombre interior por medio del Espíritu de Dios.
Pablo expresó en su Epístola a los Gálatas: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Él anhelaba ver a Cristo plenamente formado en los creyentes en ese lugar (véase Gá. 4:19), y ese es el centro del mensaje del Señor Jesús en Juan 15.
Permanecer en él implica comprender que nuestra vida “está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:3-4). Nuestra vida está unida a la suya; nosotros en él, y él en nosotros. En esto reside el poder y la victoria de la vida cristiana. El secreto para dar fruto no radica en hacer más para Cristo, sino en cultivar una relación íntima con él y permitir que su Espíritu gobierne cada esfera de nuestras vidas.
Así como una rama injertada no puede sobrevivir por sí sola, sino que debe permanecer unida a la vid y someterse a su influencia para dar fruto, así también debemos rendirnos completamente al Señor. Esta es la pregunta esencial para cada uno de nosotros: ¿Estoy verdaderamente rendido y permaneciendo en Cristo?