Esta es una hermosa figura de la Palabra de Dios para los creyentes. Así como un bebé anhela la leche, sin que las distracciones ni las baratijas brillantes puedan satisfacer su hambre, de igual manera, solo la comida verdadera puede saciar el hambre genuina de nuestra alma. De la misma forma, aunque los creyentes no deben permanecer como bebés espirituales, nuestro deseo por la Palabra de Dios debe conservar esa misma intensidad. Solo la Palabra de la gracia de Dios puede edificarnos; solo las palabras de fe y sana doctrina pueden alimentar nuestras almas (véase Hch. 20:32; 1 Ti. 4:6). Anhelar el alimento espiritual de las Escrituras, tal como un bebé anhela la leche, es la señal de un apetito cristiano saludable.
A pesar del valor indiscutible y esencial de la Palabra de Dios, debemos ser instruidos para cultivar este anhelo. Un bebé naturalmente desea la leche, pero nuestros deseos naturales están dirigidos hacia otras cosas. Este mismo pasaje, que primero hace hincapié en los deseos espirituales, también nos advierte sobre los deseos carnales, los cuales son de un carácter muy diferente, pues no nos edifican, sino que tienen el efecto contrario. Se nos advierte: “Os ruego… que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 P. 2:11). Nuestra carne es esa parte de nosotros que busca placer, poder y estatus sin tener en cuenta los principios de Dios. Con voz insistente exige ser satisfecha, pero sus deseos siempre conducen a la ruina.
Estos versículos contrastantes nos enseñan principios clave para la madurez espiritual: la Palabra de Dios promueve el crecimiento espiritual, mientras que los deseos carnales lo limitan. Sin embargo, mientras que naturalmente seguimos los deseos de la carne, debemos ser enseñados a desear el alimento de las Escrituras. Al procurar crecer en el Señor, debemos ser aquellos que se sacian, no con las baratijas del mundo ni con distracciones pasajeras, sino con la leche pura de la Palabra de Dios.