Pocas advertencias en la Palabra de Dios son tan severas como las que se refieren al mal uso de la lengua. Esta es comparada con la chispa que inflama un gran bosque, y con el veneno que contamina todo el cuerpo (véase Stg. 3:4-8). Un verdadero cristiano no solo evitará proferir calumnias, sino que también se abstendrá de escucharlas. Se negará a levantar un reproche contra su prójimo (véase Sal. 15:3).
Sin embargo, si alguien llega a ser informado de un daño hacia otro, su responsabilidad queda claramente delineada en Deuteronomio 13:12-14, un pasaje que refleja la justicia perfecta que Dios espera de nosotros al tratar con las murmuraciones.
El mandato era claro: si el pueblo escuchaba que ciertas personas estaban introduciendo la idolatría en la tierra, debían investigar el asunto con diligencia. Recién después de confirmar la veracidad de los hechos, ellos podían actuar. ¡Cuántos corazones quebrantados y hogares desmoronados habrían sido evitados si hubiéramos seguido este sabio consejo divino! Incluso si el informe es cierto, reproducirlo sin discernimiento infringe la ley del amor cristiano.
Nos enfrentamos a una tarea que, por nuestras propias fuerzas, no podemos cumplir. Pero lo que el hombre no puede hacer, Dios sí puede. Al someternos a su dirección, sugiero que cada uno de nosotros busque estar a solas con él y tome las siguientes resoluciones:
– Nunca hablar mal de nadie (Tit. 3:2).
– En nuestras comunidades cristianas, desalentemos firmemente al calumniador y al propagador de chismes.
– Cultivemos siempre pensamientos amables hacia todos. 1 Corintios 13, el gran capítulo acerca del amor, nos presenta un remedio positivo para todos los pensamientos desagradables que surgen en nuestros corazones. Leámoslo frecuentemente, de rodillas.