¿Ha oído hablar alguna vez de Naharai beerotita? Tal vez no. Pero si ha leído su Biblia, y en particular 2 Samuel, entonces leyó algo acerca de él, aunque probablemente lo olvidó de inmediato. El pasaje de hoy nos ofrece los únicos detalles que tenemos de este hombre: pocas palabras, es cierto, ¡pero en la Palabra de Dios nada es insignificante!
Naharai aparece en el registro de las “últimas palabras” de David, al final de la lista de los “valientes” del rey. Es notable cómo el Espíritu de Dios se complace en dejar constancia incluso de las obras aparentemente pequeñas de su pueblo, e incluso de personas de las que no sabemos absolutamente nada más.
Naharai fue escudero de Joab, el comandante del ejército de David. Entonces nos damos cuenta de otro detalle sorprendente: Joab no figura en la lista de los valientes de David. Aunque fue un estratega brillante, ganó muchas batallas y tuvo grandes logros militares, Joab era un hombre ambicioso, impulsivo y, en ocasiones, despiadado. Alguien ha dicho de él: «Cuando había una batalla que ganar, o algo malo que hacer, Joab estaba allí». Sus hermanos Abisai y Asael, sin embargo, sí aparecen en la lista. Y también su escudero: Naharai.
Naharai fue fiel en el lugar que Dios lo puso. Pulía las flechas de Joab, afilaba sus espadas, reparaba su escudo, y estaba junto a él en el fragor de las batallas. Pero su nombre aparece en la lista no porque sirviera bien a Joab, sino porque todo lo que hacía era para su rey, David. No trabajaba por ambición ni por prestigio; su servicio tenía otra motivación más profunda.
Naharai beerotita es un ejemplo silencioso de un principio que encontramos en el Nuevo Testamento: “Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3:23-24).