El Señor había comenzado una gran obra en Antioquía. Muchos se habían convertido a él, y muchos más fueron añadidos gracias al trabajo de exhortación de Bernabé. La mayoría de estos nuevos creyentes eran gentiles. A diferencia de los judíos, no tenían ningún trasfondo en la Palabra de Dios. ¿Cómo iban a crecer espiritualmente sin el conocimiento de las Escrituras?
Bernabé, en lugar de intentar instruirlos por sí solo, hizo algo digno de considerar. Emprendió un viaje de unos 130 kilómetros, atravesando una cadena montañosa, hasta Tarso para buscar a Saulo. ¿Por qué? Porque el Señor había dicho de él: “Instrumento escogido me es este, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hch. 9:15). Saulo había sido bien educado en la Ley a los pies del respetado maestro Gamaliel (véase Hch. 22:3; 5:34). Además, la Palabra de Dios nos dice que “mejores son dos que uno” (Ec. 4:9). Incluso el Señor había enviado a sus discípulos de dos en dos.
Estos dos hermanos sirvieron juntos en Antioquía durante todo un año, edificando a la iglesia eficazmente. ¡Qué bendición fue su enseñanza para estos nuevos creyentes! ¡Qué maravilloso es cuando los siervos del Señor trabajan juntos en armonía, sin rivalidad, apoyándose mutuamente!
En esta ocasión, Cristo fue magnificado, mientras los creyentes eran instruidos en la verdad de Dios. Antioquía, una ciudad conocida por su tendencia a ridiculizar a las personas y grupos de personas, acuñó un apodo burlón para estos seguidores de Cristo: “Cristianos”. Este nombre nos identifica hasta el día de hoy, y no debemos avergonzarnos si sufrimos como cristianos (véase 1 P. 4:16).