Santiago cita al profeta como ilustración de las poderosas cosas que pueden ser hechas por medio de la súplica ferviente del justo. La oración dicha en lo secreto era uno de los grandes resortes de su poder en público. Podía mantenerse ante el malvado rey porque antes había estado de rodillas ante el Dios vivo. Su oración no era una vana repetición, sino una ferviente súplica que “puede mucho”. Una oración que tenía como objeto la gloria de Dios tanto como la bendición del pueblo; por eso “oró fervientemente para que no lloviese”.
¡Cuán terrible era tener que presentar tal oración ante el Dios vivo! No obstante, al ver la condición del pueblo y comprobar que Dios ya no era reconocido en ningún lugar del país, Elías comprendió que más le valían al pueblo los años de sequía. Esto podía volver a traerlo a Dios, mientras que el gozo de la prosperidad a costa del desprecio de Dios lo conduciría a un juicio peor. El celo por Dios y el amor por el pueblo eran los móviles de esta solemne oración.
Santiago también nos recuerda que Elías “era un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras”. Como nosotros mismos, él conocía las debilidades humanas. ¡Qué lección reconfortante es esa! Como Elías, nosotros podemos obrar con el poder de Dios si, a pesar del mal que nos rodea, somos conscientes de que él es el Dios vivo, si hablamos y obramos constantemente como estando en su presencia, y si estamos más a menudo en ferviente oración ante él, bajo la dirección del Espíritu.