En 2012, un perro llamado Zander fue encontrado fuera del hospital donde su dueño, John Dolan, estaba internado. Una mañana, Dolan recibió una llamada a su teléfono móvil y quedó atónito al escuchar que alguien tenía a su perro afuera del hospital. Zander había recorrido tres kilómetros hasta el hospital, atravesando una reserva natural, un arroyo y una autopista de cuatro carriles. Su amor y lealtad lo guiaron hasta su amo. Los perros son conocidos por su fidelidad, y este es un rasgo que Dios, nuestro Amo, se deleita en ver en su pueblo.
La exhortación del apóstol Pablo a su hijo en la fe, Timoteo, es clara: lo que había aprendido de Pablo debía transmitirlo a otros, pero no a cualquier persona, sino específicamente a hombres fieles.
La fidelidad es una virtud altamente estimada en las Escrituras, incluso más que lo que los hombres consideran éxito. En la parábola de los talentos, Cristo declara que, en el juicio, Dios dirá a algunos: “Bien, buen siervo y fiel” (Mt. 25:21). No dice: «Bien hecho, siervo bueno y exitoso», sino fiel.
Desde la perspectiva humana, una persona puede no haber alcanzado grandes logros, pero desde la perspectiva de Dios, lo que importa es la fidelidad. Pablo escribió: “Se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel” (1 Co. 4:2). Un administrador es alguien a quien se le ha confiado una responsabilidad, y como cristianos, tenemos el deber de ser fieles a la maravillosa responsabilidad que el Señor nos ha confiado.
Como Zander, muchos animales suelen demostrar mayor obediencia y lealtad a sus dueños de lo que nosotros mostramos hacia Dios (véase Is. 1:3). Trabajemos con diligencia para escuchar de nuestro Amo las preciosas palabras: “Bien, buen siervo y fiel”.