Esta es la segunda vez que el Señor dice: “Yo soy la Vid”. ¿Por qué sintió la necesidad de repetir esta afirmación? El Señor Jesús desea que comprendamos que la única manera de obedecer su mandato de permanecer en él es manteniendo nuestros ojos y corazones fijos en él.
Él es la Vid verdadera, la fuente inagotable que sostiene, fortalece y provee a cada rama todo lo necesario para prosperar para él. ¡Cuán fácilmente olvidamos esta verdad! Cristo es la Vid plantada por Dios, y nosotros somos ramas injertadas por él, el Labrador. Nuestra posición ante Dios es en Cristo y sin su constante provisión de gracia sobre gracia, no podemos lograr nada para su gloria.
El Señor Jesús repitió esta verdad porque conoce nuestra inclinación a depender de nuestras propias fuerzas. Sin embargo, así como un pámpano no puede dar fruto por sí solo, ¡nosotros tampoco podemos! Un pámpano recibe vida de la vid, y así debe ser con nosotros, pues separados de él no podemos hacer nada.
El apóstol Pablo comprendió esta verdad y la convirtió en el secreto de su confianza y satisfacción en la vida cristiana. En Filipenses 4:13 declaró: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. No importaban las circunstancias –pobreza o abundancia–, Pablo entendía que su fuerza no provenía de sí mismo, ¡sino del poder de Cristo en él, el cual le daba confianza y satisfacción espiritual! ¡Comprender esta verdad y actuar en conformidad con ella nos ayuda a estar preparados para afrontar todas las cosas!
Necesitamos ser conscientes de que solo somos ramas. Nuestro carácter, nuestra fuerza y nuestro fruto dependen enteramente de la Vid. Si permanecemos en él, seremos pámpanos sanos que no solo dan fruto, sino mucho fruto, ¡para la gloria de Dios!