El “vestido viejo” representa todo lo que hemos heredado como hijos de Adán. Así lo describe Isaías: “Todas nuestras justicias [son] como trapo de inmundicia” (Is. 64:6). ¿Quién pondría un remiendo nuevo sobre un vestido viejo y sucio? El remiendo nuevo representa el vestido nuevo de justicia que recibe todo aquel que acepta al Señor Jesús como su Salvador.
¿Vino Jesús simplemente a «remendar» nuestra miserable condición de desobediencia a la Palabra de Dios? Algunos ven el cristianismo como un esfuerzo religioso por mejorar moralmente al hombre, pero no es tal cosa. Recibir a Cristo no es reformar lo viejo: es recibir una vestidura nueva de justicia. Al creer en él, somos revestidos de su justicia perfecta. Nos alegramos de deshacernos de nuestros trapos de inmundicia, especialmente cuando son cambiados por la hermosa vestidura de vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Asimismo, nadie pone vino nuevo en odres viejos (v. 22). El vino nuevo es figura del gozo indescriptible que produce el conocimiento de Cristo en quienes lo reciben. Los odres viejos, gastados por el pecado y la desobediencia, son incapaces de contener el vino nuevo. Por consiguiente, el vino del gozo en Cristo debe ser vertido en odres nuevos.
¡Cuánto agradecemos haber sido librados de lo que éramos como hijos de Adán y haber nacido de nuevo por el poder del Espíritu Santo! Ahora contenemos el gozo infinito –el vino nuevo– de confiar en el Señor Jesús.
“En gran manera me gozaré en el Señor, mi alma se regocijará en mi Dios. Porque Él me ha vestido de ropas de salvación, me ha envuelto en manto de justicia” (Is. 61:10 NBLA).