La clave del desastroso reinado de Roboam se encuentra en estas palabras. ¡Si tan solo hubiera leído y practicado diligentemente los Proverbios de su padre Salomón! Habría aprendido así a temer al Señor y a encontrar en él la sabiduría y la justicia, principios fundamentales de la verdadera vida. En lugar de esto, Roboam repitió los fracasos de su padre: multiplicó sus esposas y permitió que el mal se extendiera por la tierra. En una sola generación, el glorioso Israel pasó de ser cabeza de las naciones a ser cola. Dividido en dos facciones beligerantes, su gloria se desvaneció, su poder se convirtió en impotencia, y su devoción al Señor se transformó en fascinación por la idolatría y la iniquidad. El reino de Judá quedó reducido a vasallo de Egipto, despojado de dignidad y riquezas.
El declive de Roboam comenzó cuando desechó el sabio consejo de hombres experimentados para escuchar a jóvenes arrogantes e inexpertos. El proceso se agravó cuando el rey Sisac de Egipto le arrebató los escudos de oro y Roboam los reemplazó por escudos de bronce.
En la actualidad, enfrentamos los mismos peligros: debemos cuidarnos de no escuchar solo lo que queremos oír, sino lo que realmente necesitamos escuchar. Y debemos mantenernos alertas frente a los “escudos de bronce”.
Si la mundanalidad nos ha arrebatado lo precioso y lo bello de nuestras vidas, no intentemos mantener una fachada piadosa cuando, en el fondo, sabemos que la calidad de nuestra vida espiritual se ha desvanecido. Solo nos queda un “metal que resuena”, que hace ruido pero no produce música (comp. 1 Co. 13:1). Es mucho mejor humillarnos, confesar nuestra pobreza espiritual ante Dios, reconocer todo lo que le hemos robado de su gloria en nuestras vidas y pedirle que nos devuelva el gozo de nuestra salvación.