En el Evangelio según Lucas, vemos frecuentemente al Señor Jesús comiendo en distintas casas. En esta ocasión, él había sido invitado a la casa de Simón, un fariseo. Durante la comida, una mujer entró sin invitación y, movida por un profundo arrepentimiento, comenzó a regar con lágrimas los pies del Señor, secándolos con sus cabellos. Besaba sus pies, tomando el lugar más humilde ante Aquel a quien reconocía como el Hijo de Dios. Además, llevaba consigo un frasco de alabastro con perfume, con el cual ungió sus pies.
Aunque Simón quizás deseaba pedirle que se retirara, se contuvo. Sin embargo, en su interior despreció al Señor Jesús por permitir que aquella mujer pecadora lo tocara. Razonó que, si realmente fuera un profeta, habría sabido quién era ella y qué clase de vida llevaba. Pero el Señor conocía no solo a la mujer, sino también los pensamientos de Simón, tal como conoce los nuestros.
Entonces, Jesús le contó una parábola sobre dos deudores: uno debía una gran suma y el otro, una cantidad menor. Cuando el acreedor perdonó a ambos, preguntó: “¿Cuál de ellos le amará más?”. Simón, quien se consideraba un deudor menor, respondió correctamente: “Pienso que aquel a quien perdonó más” (vv. 42-43). Jesús entonces comparó a Simón con la mujer, señalando que el fariseo no había mostrado ninguna de las atenciones que ella, en cambio, ofreció con adoración y gratitud. Ella amó mucho, mientras que el amor de Simón era cuestionable. Aunque Simón no consideraba sus propios pecados tan graves como los de ella, el Señor declaró con autoridad: “Te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho” (v. 47). Luego, dirigiéndose a la mujer, le dijo: “Tus pecados te son perdonados… Tu fe te ha salvado, ve en paz” (vv. 48, 50). Así, ella recibió perdón, salvación por gracia y la seguridad de la paz con Dios.