David está hablando del Pastor. Al acercarse al valle de sombra de muerte, comienza a hablarle directamente a él. En lugar de decir “él”, dice: “Tú estás conmigo”. Esta forma de expresarse, tan llena de confianza, se transforma en una promesa de nuestro Señor hacia nosotros: “Yo estoy con vosotros todos los días” (Mt. 28:20) y “no te desampararé, ni te dejaré” (He. 13:5). Ya sea en el valle oscuro o bajo el sol brillante, en los pastos verdes o en la tierra seca: “Yo estoy con vosotros todos los días”. Este es un hecho que permanece inmutable, independientemente de la fuerza o debilidad de nuestra fe, algo completamente separado de nuestros sentimientos, pues estos pueden cambiar como el viento. La verdad es que tanto la promesa como Aquel que promete son inmutables, aunque nuestra experiencia suba y baje como la marea.
Un hombre se acercó una vez a un predicador y le dijo: «Durante la reunión de ayer, mi corazón rebosaba de gozo, pero ahora todo se ha esfumado. No sé qué hacer. Todo luce tan sombrío como la noche». «Me alegro», respondió el predicador. El hombre miró al siervo de Cristo con asombro y preguntó: «¿Qué quiere decir?» «Ayer, Dios le dio gozo, y hoy se ha dado cuenta que descansa más en sus emociones que en Cristo, así que se las ha quitado para que se vuelva a él. Usted ha perdido su gozo, pero aún tiene a Cristo. ¿Ha pasado alguna vez por un túnel ferroviario?» «Sí, muchas veces», respondió. «¿Se puso usted triste o asustado por la oscuridad?», dijo el predicador. «¡Claro que no!», exclamó el hombre. «¿Recuerda como, después de un tiempo, volvió a ver la luz?», volvió a preguntar el siervo de Cristo. «¡Ya salí!», interrumpió el hombre al siervo de Cristo, y continuó: «Ahora lo entiendo, ¡todo está bien, independientemente de mis sentimientos!