Los discípulos estaban tristes porque el Señor Jesús les acababa de decir que se iba a ir y que no lo verían más (véase Jn. 13:33). No entendían ni aceptaban su partida. Es por eso que les dijo: “No se turbe vuestro corazón” (Jn. 14:1). ¡Una de las principales razones por las que no debían entristecerse ni inquietarse era porque vendría el Consolador! El Consolador es el Espíritu Santo, quien vendría en su ayuda tras la ascensión de Cristo al cielo: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Jn. 14:18). Aunque él dejaría esta escena terrenal, ellos no quedarían abandonados como huérfanos, ¡pues la presencia del Consolador sería como tener al Señor con ellos!
El Señor Jesús debía regresar al cielo y ser glorificado antes de que el Espíritu Santo pudiera venir (véase Jn. 7:37-39). Al consolar a sus discípulos, Cristo les aseguró: “Os conviene que yo me vaya” (Jn. 16:7), pues entonces enviaría al Consolador desde el cielo. Esto se cumplió en el día de Pentecostés (véase Hch. 2:1-2). ¿Qué beneficios traería la presencia del Consolador? Él daría testimonio de Cristo y lo glorificaría, pero también les enseñaría a los discípulos, los guiaría a toda la verdad y les mostraría las cosas por venir –estas promesas serían válidas tanto para los discípulos de aquel tiempo como, por extensión, para nosotros (véase Jn. 14:25-26; 15:26; 16:13-15).
Además, el Espíritu Santo convencería al mundo del pecado y del juicio venidero (véase Jn. 16:8-11). Este punto es clave, pues el Espíritu Santo realiza un ministerio preservador en este mundo. Sin embargo, cuando sea “quitado de en medio”, entonces se manifestará el “hombre de pecado”, el “hijo de perdición” (2 Ts. 2:3, 7). Esto no sucederá mientras el Espíritu Santo siga en esta tierra. Mientras tanto, el Espíritu Santo une a los creyentes en Cristo. ¡No olvidemos nunca la bendición de esta gran verdad!