El Hijo de Dios ha venido (pero ya no está aquí), el Espíritu Santo ha venido (y aún permanece aquí). ¡Estos dos grandes hechos constituyen el fundamento mismo del cristianismo! Pero hay un tercer acontecimiento aún futuro: el Hijo de Dios vendrá otra vez.
En el pasaje de hoy, leemos la promesa de Cristo a sus discípulos y a nosotros: vendrá otra vez para llevarnos al cielo. Este es el arrebatamiento, la esperanza bienaventurada del creyente: El Señor mismo “descenderá del cielo” por nosotros, y “seremos arrebatados… al encuentro del Señor en el aire” (1 Ts. 4:16-17 NBLA).
Sin embargo, hay otro aspecto de la segunda venida de Cristo que no se menciona en nuestro texto: su aparición en gloria ante el mundo, cuando “todo ojo le verá” (Ap. 1:7; comp. Mt. 24:27). En ese momento, él traerá juicio sobre este mundo y, al final del siglo, el Hijo del Hombre recogerá de su reino a todos los que sirven de tropiezo y a los que hacen iniquidad (véase Mt. 13:41). Cuando esto suceda, la Iglesia ya estará con Cristo y aparecerá juntamente con él en gloria (véase Col. 3:4; 1 Ts. 3:13).
A menudo, estos dos aspectos de la segunda venida de Cristo son confundidos, lo que lleva a perder de vista la preciosidad del estrecho vínculo entre Cristo y la Iglesia. Él vendrá primero por los creyentes y, después, se manifestará al mundo con ellos. No hay señales precursoras para el arrebatamiento: es algo inminente, puede ocurrir en cualquier momento y no depende de los acontecimientos mundiales. En cambio, la venida de Cristo en gloria estará precedida por señales, como Él mismo enseñó a sus discípulos (véase Mt. 24:3-28).
Hoy podemos ver cómo el escenario se está preparando para su manifestación al mundo. Sin embargo, nuestra bendita porción no es estar atentos a señales, sino velando y esperándolo a él. ¡Que seamos hallados velando y esperando su venida!