Hace poco observé cómo alguien podaba cuidadosamente un árbol. Tomaba suavemente cada rama, sabiendo exactamente dónde aplicar las tijeras y cuánto cortar. Reconocía en cada rama la parte que seguía siendo fructífera y la que se había vuelto incapaz de dar fruto. Para muchos, el proceso de poda puede parecer cruel y derrochador, pero el labrador sabe exactamente lo que hace. Las ramas sin fruto son podadas drásticamente.
Por otro lado, Ezequiel 15:1-2 nos enseña que la madera de la vid no tiene otro uso: su único propósito es dar fruto. Por eso, el Labrador busca fruto, ¡y cuando no lo encuentra, él debe podar los pámpanos!
Dios Padre, como el Labrador divino, realiza esta labor de poda en cada una de nuestras vidas. Aunque para muchos esta disciplina o entrenamiento pueda parecer una aflicción, esta tiene un propósito (véase Sal. 119:67, 71, 75).
Debemos entender que este proceso es algo que el Padre aplica a los pámpanos (los creyentes), quienes están unidos a Cristo, la Vid verdadera, con el fin de que den más fruto. Su deseo es que nosotros, sus hijos, nos parezcamos más a su Hijo.
Hebreos 12:5-11 nos recuerda que el Padre disciplina a quien ama y que “ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”.
Si usted está experimentando este proceso de poda, recuerde que está en manos de un Padre sabio y amoroso, que sabe exactamente lo que se necesita para que dé mucho fruto y se parezca más a su bendito Hijo.