El Señor está cerca: Jueves 7 Mayo
Jueves
7
Mayo
El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro cuya altura era de sesenta codos, y su anchura de seis codos; la levantó… Y envió… a que se reuniesen… todos los gobernadores de las provincias, para que viniesen a la dedicación de la estatua… y cualquiera que no se postre y adore, inmediatamente será echado dentro de un horno de fuego ardiendo.
Daniel 3:1-2, 6
Nabucodonosor (3)
La estatua de oro

Dios le había dejado claro a Nabucodonosor que lo había puesto en una posición exaltada como la “cabeza de oro” de la gran estatua que vio en su sueño. Esta estatua representaba una profecía sobre el dominio de los poderes de las naciones sobre la tierra. Sin embargo, lejos de conformarse con el alto honor que Dios le había concedido, el rey ordenó la construcción de una inmensa estatua, enteramente de oro. Luego, convocó a todos sus funcionarios y decretó que, al sonar la música de su banda ceremonial, debían postrarse y adorar la imagen. La pena por desobedecer era ser arrojado vivo a un horno de fuego ardiendo.

No solo Satanás anhela ser adorado, sino que el hombre, a lo largo de la historia, ha utilizado la religión para intentar unificar al mundo en la exaltación de sí mismo y de sus logros. «¡Cuanto más grande, más ruidoso y más deslumbrante, mejor!» –ese parece ser el criterio con el que el hombre mide la grandeza.

Cuando Sadrac, Mesac y Abed-nego decidieron obedecer a Dios en lugar de someterse al mandato del rey, Nabucodonosor, lleno de ira, ordenó ejecutarlos. Arrogantemente, él los desafió, diciendo: “¿Qué dios será aquel que os libre de mis manos?” (v. 17). En la actualidad, muchos consideran que lo «políticamente correcto» es más importante que obedecer la Palabra de Dios, incluso en asuntos espirituales.

Sin embargo, Nabucodonosor tuvo que aprender que Dios siempre tiene la última palabra. Observó atónito cómo los tres hombres caminaban libres en el horno, y con ellos había un cuarto, cuyo aspecto era “semejante a hijo de los dioses”. Finalmente, los hizo salir, y tanto él como todos sus oficiales fueron testigos de cómo Dios había librado a sus siervos que confiaban en Él y había frustrado la palabra del rey.

Eugene P. Vedder, Jr.