“Su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle”. Estas palabras de los magos causaron conmoción en toda la ciudad de Jerusalén y en el rey. Los magos se dirigían a Belén, donde nacería Aquel cuyas “salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Miqueas 5:2).
Una estrella sobresalió en el cielo, y ellos se pusieron en camino. “Y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes” (Mateo 2:9-11).
Todos estamos invitados a ir a Jesús para adorarlo. Hoy no lo hacemos físicamente, como los magos de antaño, sino leyendo los evangelios. Ciertamente, estos relatos son históricos, pero están contenidos en la Sagrada Escritura a través de la cual Jesús mismo nos habla. En ella encontramos no solo su nacimiento, sino toda su vida, su muerte en la cruz y su resurrección. Para adorar a Jesús, necesitamos encontrarlo en los evangelios como nuestro Salvador, como una persona viva: nuestro Señor. Él me salva del mal y de la muerte, y me da la vida eterna. ¡Qué temas de adoración unidos a su maravillosa persona!
“Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad” (2 Pedro 3:18).