Rechazar un regalo es, en primer lugar, privarse de él, pero también es ofender al dador. Cuanto más valioso es el regalo, mayor es la pérdida y mayor la ofensa al dador. Dios nos ha dado a su único y muy amado Hijo, y con él la salvación eterna. ¿No quiere aceptar este regalo? Entonces piense, a la vez, en lo que pierde y en cuánto desprecia a Dios.
¿Por qué tantos hombres y mujeres no aceptan el maravilloso don de Dios? Quizá sencillamente porque se niegan a reconocerse en el cuadro moral que las Escrituras pintan de cada uno de nosotros. Estamos “muertos” en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1). Es difícil aceptarlo, pero es cierto. No creerlo es hacer a Dios mentiroso (1 Juan 5:10). ¿Tomaremos a Dios por mentiroso? Su gracia nos ofrece el perdón. No se trata de merecer esta gracia. Una gracia no se puede ganar; es el don de Dios. El mensaje de una religión que exige obras no es el que la Biblia nos presenta. Nadie puede salvarse por medio de las obras. Las exigencias de Dios son demasiado altas.
Solo el Evangelio de Jesucristo presenta la verdadera gracia de Dios y la anuncia a los pecadores. Reconociéndonos como tales, cumplimos la única condición para beneficiarnos de este don de la gracia. Extendamos la mano para recibirlo: eso es la fe.