Los que ocupan puestos de responsabilidad prometen transparencia en todas sus actividades. Sin embargo, cada día nos revela un nuevo escándalo que emerge entre muchos otros que nunca serán descubiertos, escándalos que a veces tocan a personas altamente estimadas. Los hombres aman más las tinieblas que la luz (Juan 3:19). Pecan y se esconden de sus semejantes, pero no pueden esconderse de Dios. “¿Se ocultará alguno, dice el Señor, en escondrijos que yo no lo vea?” (Jeremías 23:24). “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). Pensemos en la mirada de Dios antes que en la de los hombres. Llegará el día en que él “aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones” (1 Corintios 4:5).

Para el creyente, esta revelación ante el tribunal de Cristo mostrará la inmensidad de la gracia de Dios, quien, en virtud del sacrificio de Cristo, perdonó todos sus pecados. Pero, cuando el incrédulo se halle ante el Juez supremo, deberá responder por todos sus pecados, pues rehusó la gracia de Dios.

Aun hoy esta gracia nos impulsa al arrepentimiento. No temamos dejarnos penetrar por esa luz divina, la única que produce una real transparencia. Jesús fue quien nos la reveló.