Una cristiana, que vivía en una residencia de ancianos, anotaba en un calendario los acontecimientos destacados de cada día. El miércoles, escribía casi siempre: «19:30 – Reunión de oración». Para ella era muy importante orar a Dios: “Tú oyes la oración” (Salmo 65:2).
¿Qué hay de mi vida personal de oración?
– Una mañana me volví a dormir… ¡demasiado tarde, cada segundo contaba! Sin oraciones que me prepararan para los peligros del día, salí sin dar gracias a Dios por sus bendiciones.
– Al medio día, almuerzo en la cafetería, solo o acompañado… es difícil orar.
– Una tarde ajetreada, el sueño me gana… estoy demasiado cansado para orar.
– Esta noche iré con mis amigos cristianos a una reunión de oración, pero estoy tan preocupado por mis problemas que me siento incapaz de orar.
A menudo la Biblia nos anima a orar:
“Perseverad en la oración” (Colosenses 4:2).
“Orad sin cesar. Dad gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:17-18).
“Orad unos por otros” (Santiago 5:16).
El apóstol recomienda a las parejas cristianas que sus “oraciones no tengan estorbo” (1 Pedro 3:7).
Nuestras oraciones también pueden ser interiores, muy breves (Nehemías 2:4).
Escuchemos la enseñanza de Jesús: “Cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará” (Mateo 6:6).