En la Biblia, la historia de Rut nos ofrece un magnífico ejemplo de la gracia de Dios. Oriunda del país de Moab, en lo que hoy es Jordania, Rut era una extranjera para el pueblo de Dios. Era la nuera de Noemí, una viuda como ella. Cuando, después de mucho sufrimiento, Noemí decidió abandonar la tierra de Moab para volver a Israel, su país, Rut fue con ella. Dejó todo –su familia, sus amigos, sus dioses– para depositar su confianza en el Dios vivo y verdadero de Noemí. A partir de entonces, una fe y una esperanza comunes las unieron, juntas llegaron a Belén durante la cosecha, desamparadas y sin nada que comer.

Pero Dios velaba por ellas. En Israel, en tiempo de cosecha, los segadores debían dejar espigas para que los pobres y los extranjeros recogieran. Rut, guiada por la mano de Dios, fue a espigar al campo de Booz, quien la protegió, le habló amablemente a su corazón y le dio de comer. Ella reunió una buena cantidad de espigas durante todo el día, luego las desgranó y las llevó a su suegra.

Esto nos habla de la necesidad, una vez convertidos, de leer la Palabra de Dios todos los días, para encontrar el alimento espiritual que contiene, y en particular la persona de Cristo. Amigos cristianos, estudiemos con atención, oración, humildad y perseverancia la Sagrada Escritura. Impregnados así del pensamiento de Dios, creceremos en el conocimiento del Señor y de su voluntad, para agradarle en nuestra vida y transmitir a los demás lo que hemos recibido de él.