La Buena Semilla: Domingo 18 Enero
Domingo
18
Enero
A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.
Juan 1:11-12
El derecho a ser hijo de Dios

Jesús vino a su casa, en medio de su pueblo Israel. Siglos antes había sido anunciado como Rey, como el Mesías. Desde el momento en que nació, los judíos y el pueblo en general no le recibieron. Su vida santa, su humildad, sus palabras de gracia, justas y verdaderas, e incluso su misma presencia contrastaban con las malas acciones de sus contemporáneos. En lugar de alegrarse por la buena nueva que Jesús estaba difundiendo, animaron a los romanos que ocupaban el país a matarlo como si fuese un malhechor. No solo rechazaron a Aquel que, por amor, había venido del cielo para vivir entre ellos, sino que lo clavaron en una cruz después de haberlo cubierto de insultos.

¿No podía él, cuyo poder era infinito y que había realizado tantos milagros, haberse defendido y haber destruido a los que le ponían las manos encima? Ciertamente, ¡podría haberlo hecho, pero Jesús aceptó ser clavado en la cruz porque sabía que tenía que sufrir el castigo divino en nuestro lugar. Entonces Dios pudo mostrar misericordia, perdonar al pecador arrepentido y convertirlo en su hijo. Jesús no fue recibido por los suyos. Pero “a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. ¡Y qué maravillosas consecuencias trae esta relación con el Padre! “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1).

Al igual que un niño recién nacido es inscrito en el registro civil de su ciudad natal, la nueva relación entre el creyente y su Padre celestial queda registrada en el cielo en el Libro de la Vida. ¿Está también su nombre inscrito en ese Libro?