Mucha gente se hace esta pregunta: ¿No podía Dios simplemente perdonarnos? El siguiente ejemplo podría ayudarnos a encontrar una respuesta.
Presto mi coche a un amigo, este derrapa y choca contra un muro. ¡El coche queda inservible! ¿Qué puedo hacer? ¿Exigirle que pague las reparaciones? ¿Que cada uno pague la mitad? ¿Que pague yo la totalidad? Al final, como mi amigo no tiene el dinero necesario, soy yo el que llevo el coche a arreglar. Simplemente lo perdono, por ello asumo el coste del perdón (la factura del taller).
Podríamos decir que perdonar significa asumir el coste de la ofensa, en lugar de cargarlo sobre el culpable.
¡Por eso murió Jesús! Él, siendo Dios, se hizo hombre para tomar sobre sí, en la cruz, la condena que merecían nuestros pecados. Él, que era inocente, sufrió por nosotros, que éramos culpables, para poder llevarnos a Dios, libres de esa condena.
“Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). La muerte de Jesús fue absolutamente necesaria para salvarnos. ¿Por qué tuvo que morir Jesús para que Dios nos perdonara? La deuda del pecado pesaba sobre nosotros y no podíamos pagarla; tenía que ser pagada. Dios mismo la pagó en la persona de Jesús.
“La paga del pecado es muerte, mas la dádiva (regalo) de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).