En su primer año de estudios superiores, Pedro, un joven creyente, se alojó momentáneamente en un hogar de estudiantes.
Cierta noche se entabló, entre sus tres compañeros de habitación, una discusión sobre un tema de actualidad: la videncia y sus manifestaciones. Pedro escuchaba profundamente incómodo. Al cabo de algunos minutos, uno de los estudiantes se instaló cerca de la mesa central y preparó algunos utensilios para una demostración de poderes sobrenaturales. Luego pronunció algunos hechizos. Los demás contuvieron la respiración, pero para Pedro la situación se volvió insoportable. Se sintió como atrapado en una trampa. Cuando vio un vaso levantarse solo en medio de la mesa, huyó, descendió la escalera hasta el sótano donde se puso de rodillas y exclamó: ¡Señor Jesús, ayúdame!
Entonces la paz inundó su corazón y fortaleció su fe. Un poco más tarde volvió a su dormitorio donde todo había sido puesto en orden y cada uno había vuelto a sus ocupaciones.
Nuestro mundo es conducido por Satanás. Huyamos de todo lo que tiene relación con los poderes ocultos y alejémonos de todo lo que se relaciona con ellos. Pero si nos hallamos en una situación semejante a la de nuestro joven amigo, recordemos que nuestra única salvaguardia es el nombre de Jesús.