Estábamos sentados alrededor de una mesa, seis estudiantes y dos profesores. Todos eran cristianos menos yo. Pregunté a la chica: ¿Qué ha cambiado tu vida? ¿Por qué son tan diferentes de los demás? Me miró directamente a los ojos y dijo una palabra: Jesucristo. Yo le contesté:
–¡No me digas tonterías sobre religión!
–No te hablé de religión, replicó, dije Jesucristo.
Mis interlocutores me retaron a examinar la veracidad de los evangelios. ¡Acepté el reto con la intención de refutarlos! Unos meses más tarde, llegué a la conclusión de que Jesús era lo que los evangelios decían que era. Jesucristo, el Hijo de Dios, se hizo hombre para vivir entre nosotros y morir en la cruz por nuestros pecados. Resucitó de entre los muertos tres días después y ahora vive glorificado en el cielo. Y él puede cambiar nuestras vidas. He aceptado a Jesús y ahora es el centro de mi vida.
Entonces, ¿qué cambió? En primer lugar, mi ansiedad: necesitaba estar constantemente ocupado. Unos meses después de haber decidido seguir a Cristo, una nueva paz empezó a crecer en mi interior. Después, el Señor cambió mi mal genio, pues antes podía «explotar» sin saber por qué. Por último, se ocupó de mi odio, pues odiaba a mi padre porque era alcohólico.
El amor de Dios penetró en mi vida y fue tan fuerte que pude mirar a mi padre directamente a los ojos y decirle: «Papá, te quiero».