Para muchos habitantes de las ciudades, una de las sorpresas del confinamiento fue el descubrimiento del silencio, incluso en lo que suele ser el centro urbano más ruidoso. Pero, ¿fueron capaces de escuchar ese silencio?
Se aconseja estar en silencio para resolver un problema difícil, grabar un recuerdo en nuestra mente, proyectarnos en el futuro, reflexionar o inventar… ¿Cómo podemos escuchar a alguien que nos habla sin permanecer en silencio? Moisés había pedido al pueblo al que guiaba: “Guarda silencio y escucha… Oirás, pues, la voz del Señor tu Dios, y cumplirás sus mandamientos” (Deuteronomio 27:9-10).
Para escuchar a Dios, busquemos el silencio en el exterior, en los momentos más apropiados del día. Jesús nos recomendó aislarnos para orar: “Entra en tu aposento (habitación), y cerrada la puerta, ora a tu Padre” (Mateo 6:6). Guardemos también silencio en nuestro interior. Nuestros pensamientos, nuestra imaginación y nuestra mente siempre activa deben estar atentos a la voz divina. Si fuéramos conscientes de la grandeza y la sabiduría de nuestro Dios, ¡con qué atención le escucharíamos!
Y si sabemos ir a Dios cuando estamos al límite de nuestras fuerzas, ¿estamos preparados para escucharle cuando las cosas van bien?
En general, buscamos muy poco a Dios, y todavía menos lo escuchamos. Un día, cuando juzgue al mundo, impondrá el silencio, del mismo modo que permitió que la actividad del mundo se detuviera por un pequeño virus. ¡Entonces se cerrarán todas las bocas! Hoy nos habla con amor, ¿guardaremos silencio para escucharle?