–Tienes mucha suerte de tener fe. ¡O la tienes o no la tienes! Yo simplemente no la tengo…
–En realidad, la fe es muy presente en la vida diaria… De hecho, sin ninguna forma de fe, sería imposible vivir.
–¡No estoy de acuerdo! Conozco a un enorme número de personas que no son creyentes y que viven muy bien.
–Sí, no tienen fe en Dios, pero tienen fe en su médico que les receta medicamentos, o en los ingenieros que diseñaron el sistema de frenado de su coche… ¡Al fin y al cabo, siempre tenemos fe en alguien o en algo!
–Eso es confianza, más que fe. Debemos tener un mínimo de confianza, ¡de lo contrario no estaríamos vivos!
–Precisamente. Dios solo nos pide que pongamos nuestra confianza en él para la salvación de nuestra alma. Nos propone una forma sencilla de acceder a su presencia, creer que la muerte de su Hijo Jesucristo borra nuestras faltas. Nos pide que aceptemos su diagnóstico del estado pecaminoso de todo ser humano. Esto exige nuestra confianza en los medios que ha elegido para salvarnos. Esta convicción de que podemos confiar en él no la recibimos al nacer, ni la heredamos: aceptamos o rechazamos la propuesta. ¡La fe en la muerte de Cristo en la cruz para salvarnos es para todos! No te comprometerá con una religión, sino que te conducirá a una relación con Dios. ¡Y esto es algo muy diferente!