John Williams (1796-1839) quería ser comerciante. Él y unos amigos habían decidido pasar la noche en un bar. John esperaba en la acera a sus amigos, quienes tardaban en llegar. Ya era de noche y hacía frío.
Como era un poco impaciente, estaba dispuesto a irse solo cuando una vecina que lo conocía bien le dijo: “John, ¿qué haces ahí aguantando frío? Ven conmigo, voy a una reunión de evangelización cerca de aquí”. John no quería ir, pero súbitamente decidió ir con ella para vengarse de sus amigos. Sin ningún interés, se sentó al final de un banco, no prestó atención a lo que decían y parecía sumergido en sus propios pensamientos. Sin embargo, algunas palabras llamaron su atención: ganancia, pérdida, ganar, perder… “¿En esta iglesia hablan de negocios? ¡Al fin algo interesante!”.
El pasaje que el predicador escogió fue el siguiente: “¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mateo 16:26).
“Aquella noche se me abrieron los ojos”, dijo John contando su conversión más tarde.
Desde entonces su vida cambió completamente. Sus amigos se burlaron de él, pero él oró por ellos y agradeció por la liberación inmerecida que la gracia de Dios había producido en su corazón.
A los veinte años fue a las islas del Pacífico Sur. Por medio de él cientos de nativos caníbales, alcanzados por la gracia de Dios, abandonaron sus crueles costumbres para dar a Jesucristo el primer lugar en su vida.
Zacarías 6 – Apocalipsis 15 – Salmo 145:14-21 – Proverbios 30:17