«Recibí una educación religiosa; en mi familia siempre estuve en contacto con una especie de fe en Dios. Al llegar a la adolescencia empecé a hacerme preguntas más racionales en cuanto a la fe, lo cual me hizo rechazarla, pues me parecía ingenua. Sin embargo, muchas preguntas existenciales seguían sin respuesta.
Cuando cumplí 20 años conocí a una cristiana que vivía una fe auténtica, de forma simple pero verdadera. Entonces empecé a considerar a Dios y a la fe de otra manera, de forma más real y concreta. Después de pedir a Dios que me diera la alegría de vivir, empecé a leer la Biblia, pero no entendía el verdadero sentido y tampoco estaba dispuesto a seguir el ejemplo de Jesús. Andaba a la deriva, me sentía condenado a llevar una vida mediocre, a pesar de mis esfuerzos para salir de esa situación. Tenía miedo al futuro, pasé por luchas, dificultades, fracasos…
Mucho más tarde comprendí los fundamentos de la fe cristiana. Experimenté las lágrimas del arrepentimiento, el gozo de saberme perdonado, y sentí una gran sed por leer la Biblia. Gracias primeramente a Dios, pero también a las enseñanzas, mi vida interior cambió. Dios me dio la fe, y una relación que podía cultivar junto a él. Mediante su Palabra y en todas las realidades de la vida, Dios se muestra fiel, paciente y justo. Permite que poco a poco comprenda la profundidad de su amor por mí; día tras día me da el gozo de fundar mi fe en él. Yo, que era un escéptico con respecto a la fe, la cual me parecía “ingenua”, al final descubrí a un Dios vivo que cambió mi vida».
Eclesiastés 2:12-3:22 – Santiago 5 – Salmo 138:6-8 – Proverbios 29:9-10