El Evangelio no está basado en la sabiduría de los hombres ni en uno de sus inventos, sino en la revelación de Dios en la historia, observada, atestada por testigos oculares y transcrita en la Biblia. La muerte y la resurrección de Jesucristo no son ficciones ni leyendas: son hechos históricos auténticos (1 Corintios 15:3-8).
Los que aceptan el Evangelio descubren la realidad del amor y de la sabiduría de Dios, quien nos creó. No se trata de una secta, de un producto de moda o de una fuente de locura temporal. ¿Por qué? Simplemente porque el Evangelio no es el fruto de la imaginación humana, de una idea que un hombre concibió. Es la revelación personal del Dios de gracia, que no solo declara poder colmar las necesidades espirituales de la humanidad, sino que ya actuó en ese sentido. Sea quien sea, viva en donde viva, el Evangelio tiene el poder de transformarlo y sostenerlo. Es la buena noticia de Dios, la noticia del perdón y de la salvación a través de la muerte de su Hijo (Romanos 1:16).
Nuestra fe no descansa en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios, el mismo que resucitó a Jesús, transformando así una escena de desesperanza en victoria. Los que creen no son personas ingenuas; ellas simplemente aceptaron los testimonios fiables relatados por los primeros cristianos en la Palabra de Dios, y esta Palabra cambió todo en su vida.
Job 2-3 – Juan 19:31-42 – Salmo 119:137-144 – Proverbios 27:1-2