Bill y Jim trabajaban en una compañía ferroviaria en la costa del Pacífico. Bill era cristiano, pero Jim no admitía la existencia de un Dios que habría creado un mundo como este, con tanta miseria y maldad. Cierto día ocurrió un grave accidente en la línea que va de Seattle a Portland. Bill y Jim fueron al lugar del siniestro. Se encontraron con una masa deforme de escombro y hierros. Era todo lo que quedaba del admirable tren express totalmente nuevo que había salido del almacén poco antes.
Bill, un poco provocador, dijo a Jim:
– ¡Cuando pienso que trabajamos para una compañía que hace pasar esto por un tren! ¡Ese montón de hierro no se parece nada a un tren!
– ¡Es una tontería lo que dices! ¡Sabes bien que el conductor estaba ebrio!
– Claro, y tú, bien sabes que el responsable del estado actual de este mundo no es el Creador. Dios creó al hombre a su imagen, perfecto. Pero como resultado del pecado de Adán y Eva, todo se arruinó, es como si un conductor ebrio fuese el responsable del desastre.
– Tienes razón, no es justo culpar a Dios por la situación actual; por supuesto, fue el hombre quien estropeó todo.
Por fin Jim se volvió a Dios. Y nosotros, ¿sabemos que debido al pecado del hombre, Satanás se convirtió en el “príncipe de este mundo” y quiere llevar a la perdición al mayor número posible de personas? Pero Dios nos dio un remedio: la fe en Jesucristo, único y seguro medio para escapar al desastre hacia el cual Satanás lleva a los hombres sobre los cuales gobierna.
“Antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Romanos 3:4).
Nehemías 12 – Juan 12:1-26 – Salmo 119:49-56 – Proverbios 26:7-8