Al decir: “Sanaré vuestras rebeliones”, Dios nos invita a ir a él sin intermediario, para sanarnos. Nos invita a dejar nuestras cargas, a exponerle nuestras debilidades, a contarle aquello que nos avergüenza. Podemos contarle nuestro malestar, confesarle nuestros pecados. Estos son los motivos de la confesión. Pero la manera de hacerlo será totalmente diferente según la apreciación que tengamos de Dios, es decir, si lo vemos como un juez o como un médico. Abrir su conciencia ante un juez se hace con mucha prudencia. Hacerlo ante un médico es más objetivo, no se le esconde nada, para que la curación pueda ser completa.
Ante el juez un ladrón dirá: “Reconozco haber robado”, pero ante su terapeuta dirá: “Cúreme de mi cleptomanía, de mi tendencia a robar”. Hablar de sus robos es hablar de sus acciones. Hablar de su cleptomanía es pasar a un nivel más profundo. En efecto, confesar que soy culpable pone en duda mis acciones, y puedo imaginar que, debido a mis esfuerzos, podré dejar de hacer el mal. Pero reconocer que mis malas acciones son la consecuencia de mi ser enfermo por el pecado, es tomar conciencia de mi incapacidad para curarme yo solo.
Entonces puedo recibir la palabra de Jesús, quien vino a llamar no a justos, sino a pecadores, para que se arrepientan. ¡Son los enfermos quienes necesitan ir al médico! Como el médico divino, Jesús me llama a mí, pecador, y me invita a arrepentirme, ¡para curarme y salvarme!
Nehemías 6 – Juan 8:31-59 – Salmo 119:1-8 – Proverbios 25:23-24