Sucedió en China, alrededor de 1920, en un hospital misionero de Shanghái. Un perro entró en el patio y buscó en una papelera algo para comer. Con sus dientes atrapó los restos de un viejo libro y los llevó hasta el campamento militar, cerca de allí. Los soldados vieron al perro con su botín. Intrigados, lo persiguieron, tomaron las hojas y comenzaron a leer. Eran páginas de una Biblia en chino, varias páginas del Antiguo Testamento.
Los soldados se interesaron mucho en esos textos antiguos. Descubrieron cómo Dios, desde tiempos remotos, dirigió a hombres y mujeres de fe, incluso a todo el pueblo de Israel.
Decepcionados por tener un libro incompleto, supusieron que el perro habría encontrado aquellas hojas en el patio del hospital cercano. Entonces fueron allí y preguntaron al hombre encargado de este asunto:
– ¿Sería posible obtener un ejemplar de este libro en buen estado?
– ¡La Biblia! Por supuesto… Es la Palabra de Dios dirigida a todos nosotros.
El hombre les dio varios ejemplares, pero no fueron suficientes… Todos querían leer la Palabra de Dios. ¡Hubo que llevarles Biblias dos y tres veces!
Poco después eran cada vez más numerosos los soldados que asistían a los cursos bíblicos impartidos en el hospital. Varias veces un misionero fue a explicarles más concretamente el mensaje del evangelio de Dios relacionado con su Hijo (Romanos 1:2). Muchos recibieron a Jesucristo como su Salvador y Señor.
Esdras 7 – Juan 4:31-54 – Salmo 115:9-18 – Proverbios 25:4-5