“Nací en Madagascar. Iba con mi familia a la iglesia todos los domingos. Cuando era adolescente me hacía preguntas: ¿Por qué nací? ¿A dónde iré después de la muerte? Pero no tenía respuesta. Cuando crecí empecé a beber, a fumar y a salir con chicas. Para mí, el mal se resumía en cometer un asesinato. Por ello pensaba que no tenía nada que reprocharme, aunque a veces mi conciencia no estaba muy tranquila, por ejemplo, cuando mentía.
A los 16 años llegué a Francia. Iba regularmente a la iglesia, pero mi vida era cada vez más desordenada. Cierto verano, unos jóvenes cristianos vinieron a pasar un mes en el hogar donde yo vivía. Eran unidos, alegres, y parecía que tenían algo de lo cual yo carecía. Me hablaban del pecado y de Jesús, quien había muerto por la humanidad, y quería salvarme. No comprendía todo, pero poco a poco tomé conciencia de que estaba”sucio“e indigno ante ese Dios en quien creía, pero al que nunca había prestado atención. Le pedí perdón por todo el mal que había hecho: mentiras, inmoralidad, murmuraciones, robos… también pedí a Jesús que tomase la dirección de mi vida. ¡Y me respondió!
Treinta años después puedo dar testimonio de que Jesús me ayudó a no ceder a mis malas tendencias. También respondió a mis preguntas existenciales. Mi vida encontró un sentido, y si tengo que pasar por la muerte, sé a dónde iré: a la presencia de Jesús”.
2 Crónicas 16 – 1 Corintios 8 – Salmo 102:16-22 – Proverbios 22:14