En todas las épocas, los hombres han tratado de apaciguar la ira de los dioses y ganar su favor cumpliendo ciertos ritos u ofreciéndoles sacrificios. La Biblia muestra que el hombre no puede reconciliarse con Dios por medio de obras meritorias, pero que Dios mismo pagó todo el precio para reconciliarnos con él.
Dios siempre amó a su criatura. Su amor es eterno e invariable. Debido a nuestra desobediencia y rebelión contra él, tendría que habernos alejado definitivamente de su presencia. Pero, al contrario, con bondad invita a todos los hombres a encontrar el camino de la paz. Jesucristo, perfectamente obediente y sumiso a Dios, sufrió el castigo que nosotros merecíamos. “El castigo de nuestra paz fue sobre él” (Isaías 53:5). Jesús hizo “la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20).
Dios pagó un precio infinitamente alto para reconciliarnos con él: dio a su Hijo. Lejos de ser un Dios vengativo, como muchos creen, es un Dios salvador, un Dios perdonador, el Dios de paz. Y ofrece esta paz a todos los que creen en él. Con ella colma el corazón de todo el que reconoce, con una actitud de arrepentimiento, su oposición más o menos abierta a Dios, quien, sin embargo, ama al pecador.
“En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2).
2 Crónicas 6:22-42 – Lucas 24:1-35 – Salmo 97:8-12 – Proverbios 21:27-28