Cuando decimos: “No quiero lanzarle la piedra”, esto significa que queremos evitar condenar a alguien, o incluso acusarlo. Pero, ¿sabe usted que esta expresión, que pasó al lenguaje cotidiano, fue sacada de un pasaje del evangelio? (Juan 8:2-11).
Cuando Jesús estaba en la tierra, los jefes religiosos del pueblo judío le llevaron una mujer acusada de adulterio. La ley dada por Moisés condenaba a tales mujeres a ser lapidadas, es decir, matadas a punta de piedra.
“Tú, pues, ¿qué dices?”, preguntaron a Jesús. Le tendieron una gran trampa. Ellos pensaban que habían encontrado la manera de acusar a Jesús y condenarlo.
– Si Jesús decía que debían lapidar a esa mujer, negaba toda su enseñanza sobre la gracia, la misericordia y el perdón, pues él decía que había venido para salvar, y no para juzgar.
– Pero si decía que no debían lapidarla, se oponía a la ley de Moisés, cosa que era más grave todavía.
Pero Jesús les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (v. 7).
Con su respuesta hizo que los jefes religiosos reflexionasen sobre su propio estado moral. ¡Tenían la misma naturaleza que esa mujer! Para condenarla, ellos mismos debían ser irreprochables. Las palabras de Jesús alcanzaron sus conciencias, y se retiraron uno tras otro, comenzando desde los más viejos.
Jesús se quedó solo ante la acusada. Él, quien no tenía pecado, era el único que podía lanzar una piedra contra ella. Pero no lo hizo. Jesús iba a morir en la cruz para perdonar el pecado de esta mujer, así como los nuestros.
2 Crónicas 5 – Lucas 23:1-25 – Salmo 96:7-13 – Proverbios 21:23-24