“En un mundo en crisis y en el cual se pierden las referencias, ¿dónde hallar el sentido de la existencia y del futuro? ¿Será en una espiritualidad personal, en la felicidad, en los placeres inmediatos, en el encuentro con el otro…? ¿El hombre no carece también de proyectos unificadores y de valores compartidos?”.
Estas preguntas fueron propuestas como introducción en una conferencia sobre un tema de actualidad, que no llegó a nada en concreto.
¿Quién puede darnos una respuesta pertinente, eficaz, sino Dios, quien nos creó y nos ama? Él dijo: “Yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Señor, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jeremías 29:11).
Él nos ofrece esta esperanza desde ahora, si creemos en él. Es la vida eterna, es decir, el acceso para siempre a la presencia de Dios, como hijos ante su Padre. Para darnos esa vida, Jesús tuvo que venir a la tierra, sufrir y morir en la cruz. Pagó un inmenso precio para liberar a cada uno de su estado de hombre pecador, alejado de Dios.
El creyente, consciente de su fragilidad y de sus faltas, se deja formar y dirigir por Jesús, quien lo salvó y le abrió el camino de la vida. Plenamente seguro de su futuro eterno, trata de agradar a aquel con quien disfrutará la felicidad y la gloria en el cielo.
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que… nos hizo renacer para una esperanza viva” (1 Pedro 1:3).
1 Reyes 10 – Marcos 11:20-33 – Salmo 57:1-5 – Proverbios 15:13-14