“Entró Jesús en la sinagoga; y había allí un hombre que tenía seca una mano. Y (los jefes religiosos, los fariseos) le acechaban para ver si en el día de reposo le sanaría, a fin de poder acusarle. Entonces dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte en medio. Y les dijo: ¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla? Pero ellos callaban. Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le fue restaurada sana. Y salidos los fariseos, tomaron consejo con los herodianos contra él para destruirle” (Marcos 3:1-6).
De este texto bíblico podemos sacar dos enseñanzas:
– La ignorancia y la dureza de corazón caracterizan a los que están cegados por el orgullo religioso. Estos hombres estaban cegados a tal punto que querían matar a Jesús, quien sanaba el pueblo.
– La condición moral de todo hombre ante Dios es semejante a la de un enfermo que tiene un mal incurable: esa enfermedad es su pecado. ¿Cómo podemos ser curados? Haciendo lo que Jesús dijo, obedeciéndole. El hombre paralítico extendió la mano. Él creyó, sin duda alguna, que Jesús lo sanaría. Esta respuesta de fe es la que Dios nos pide para perdonar nuestros pecados y darnos la vida eterna. ¡Aún hoy Jesucristo puede hacer este milagro! Él está dispuesto a tomar la mano tendida de aquel que se siente “paralizado por su pecado”, a liberarlo y darle vida y paz.
Ezequiel 38 – 1 Pedro 1:13-25 – Salmo 44:9-16 – Proverbios 13:18-19