He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación.
Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados.
Como entristecidos, mas siempre gozosos.
A veces pensamos que nos falta poco para ser felices: solo necesitamos un poco de dinero, una preocupación menos, una salud algo mejor, un poco menos de soledad… Siempre es poca cosa lo que nos separa de la felicidad, pero se renueva sin cesar. Así, a una preocupación le sigue otra preocupación, y un mal momento da paso a otro mal momento… De este modo, la felicidad siempre es para mañana. En realidad, lo que nos hace falta es Dios, es la conciencia de nuestra relación con él, nuestro Padre. Solo él puede hacer que la felicidad no sea para después de la enfermedad, sino durante la enfermedad, que no sea para después de las preocupaciones, sino en medio de las preocupaciones.
La Biblia nos invita a gozarnos siempre. Pero, ¿cómo? “Regocijaos en el Señor siempre” (Filipenses 4:4). Esa felicidad no depende de las circunstancias buenas o malas de nuestra vida, pues se alimenta del amor del Señor Jesús. Conociendo bien la fragilidad interior de cada uno, Dios añade en el mismo párrafo: “Por nada estéis afanosos”. Mediante la oración, descarguemos en Dios todas nuestras preocupaciones, tanto pequeñas como grandes. No temamos entregarle esas circunstancias que paralizan nuestro gozo cristiano. A veces basta una pequeña nube para impedir que el sol brille. Aprendamos a gozarnos en el Señor para experimentar el gozo hoy, con él, y en las condiciones de vida que tenemos ahora.