Una computadora, esa máquina que recibe información a una velocidad increíble y la analiza, la compara, la calcula y muestra sus resultados, ¿quién podría vivir sin ella? Sin embargo, si por maldad un pequeño programa pirata es introducido en una computadora, los datos que están en la memoria se destruyen y la máquina deja de obedecer a su dueño.
¡Esta es una ilustración de lo que es el hombre! Él es la obra maestra de Dios, el Creador. Es capaz de reflexionar, de concebir, de escoger, de fabricar, de amar… Pero, como un ordenador infectado por un virus informático, nuestro ser interior no puede producir lo que agrada a Dios, lo que es bueno, verdadero, hermoso, sino que más bien es llevado por el egoísmo, el orgullo, la codicia. Nosotros, que fuimos creados para servir y honrar a nuestro Creador, fuimos todos “contaminados” por el virus del pecado, y Dios tuvo que hacer esta constatación irrefutable: “No hay diferencia, por cuanto todos pecaron” (Romanos 3:22-23).
Así como el ordenador infectado no podrá recobrar su utilidad si no pasa por las manos de un especialista competente, para cada uno de nosotros, pecadores, la única solución consiste en reconocernos como tales y ponernos en las manos de Dios. Entonces él nos da una vida nueva, la vida de Jesucristo.
“Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.
Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo” (2 Corintios 5:17-18).
2 Samuel 20 – Hechos 9:23-43 – Salmo 27:9-14 – Proverbios 10:22-23