En Francia, argumentando el principio de secularidad, la sociedad actual se esfuerza por borrar toda referencia al cristianismo. El siglo 18 (XVIII), llamado siglo de las luces, vio nacer la idea de que la razón humana podía resolver todos los problemas. Entonces los hombres empezaron a contar con el progreso y la mejoría del hombre en vez de contar con Dios. ¿Qué sucede hoy día, tres siglos más tarde? A pesar de la tan anhelada “libertad para todos”, ¡no hay más que decepciones, inquietudes y sentimiento de inseguridad!
Esta voluntad de independencia del hombre, que no acepta ni Dios, ni amo, solo puede acarrear sufrimiento y encender fuego en las relaciones humanas: “Todos vosotros encendéis fuego, y os rodeáis de teas; andad a la luz de vuestro fuego, y de las teas que encendisteis. De mi mano os vendrá esto; en dolor seréis sepultados” (Isaías 50:11). No creamos que el hombre mejorará poco a poco mediante sus propios esfuerzos, pues es incapaz.
En medio de la confusión de nuestro mundo, la Palabra de Dios nos ilumina y nos abre un camino hacia la luz. Dios nos ama y envió a su Hijo unigénito a este mundo. Jesucristo, pura manifestación de la luz divina en la tierra, no vino para condenar al hombre, que estaba en rebelión contra él, sino para salvarlo.
Abramos los ojos y miremos a Jesús, el único que puede darnos una vida nueva. “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
2 Samuel 3:1-21 – Mateo 25:1-30 – Salmo 21:1-7 – Proverbios 8:17-21