Después de haber hablado en otro tiempo a los hombres por medio de los profetas, Dios envió a su Hijo muy amado a la tierra y nos habló por él (Hebreos 1:1-2). ¿Cómo lo recibimos?
Jesús nació en una familia pobre y su cuna fue un pesebre. Poco después, el rey Herodes trató de matarlo.
Siendo adulto fue rechazado desde el principio de su servicio público. En su propio pueblo, Nazaret, intentaron despeñarle desde la cumbre de un monte (Lucas 4:29-30).
Solo hizo el bien, curó a los enfermos, echó fuera demonios, resucitó muertos… Pero sus milagros y sus palabras atrajeron cada vez más el odio y los celos de los jefes religiosos. Le tendieron trampas, lo trataron de orgulloso, de blasfemo, de loco, de endemoniado…
Al final, mediante falsos testimonios, persuadieron a las multitudes para que pidiesen a grandes gritos su muerte. Y lo condenaron a la crucifixión.
Los soldados se burlaron cruelmente de él. Le escupieron en la cara, le dieron bofetadas, lo azotaron y le pusieron una corona de espinas. Luego lo llevaron al Calvario, lo despojaron de su ropa y lo clavaron en una cruz entre dos malhechores. Todas las clases sociales, reunidas para ese espectáculo, se unieron para odiar y despreciar al Hijo de Dios. Después de su muerte, un soldado le abrió el costado con una lanza. Su cuerpo fue colocado en una tumba.
¡Pero Jesús resucitó y subió al cielo!
1 Samuel 11 – Mateo 10:1-25 – Salmo 9:11-14 – Proverbios 3:13-15