Al evocar varios actos violentos que habían sido cometidos en su ciudad, un personaje declaraba recientemente: “Ya no tenemos el sentido del bien, es terrible”.
La violencia es una de las trágicas consecuencias de la separación moral del hombre con Dios, y esto sucedió desde el principio de la humanidad. El primer asesinato tuvo lugar poco después (Génesis 4:8). Y más aún, hoy en muchos ámbitos no hay una clara distinción entre el bien y el mal.
Sin embargo, cuando el pecado entró en el mundo, el hombre conoció el bien y el mal: ¡tiene una conciencia! Pero esta puede ser endurecida, como anestesiada, e incluso “cauterizada”, es decir, que se ha vuelto definitivamente insensible (1 Timoteo 4:2). ¡Y peor todavía, llaman a lo malo bueno y a lo bueno malo! (Isaías 5:20).
Para que nuestra conciencia no deje de ser una guía fiable, permitamos que Dios nos ilumine por medio de su Palabra, pues esta “discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). La Biblia también nos enseña que en nosotros no mora el bien (Romanos 7:18). Pero si creemos en Jesús, Dios perdona nuestros pecados y nos da una nueva naturaleza, capaz de discernir “el bien”, e incluso de hacerlo.
Además, el Espíritu Santo viene a vivir en el creyente para iluminarlo, conducirlo y reprenderlo, si es necesario. Sí, la relación establecida con Dios por medio de la conversión nos permite hacer la diferencia entre el bien y el mal, y nos da el poder para actuar de una manera que le agrade y le honre.
Levítico 4 – Romanos 1 – Salmo 62:5-8 – Proverbios 15:33