En la naturaleza la vida se renueva todos los días. El sol sale y nos da su luz, su calor, las flores se abren, los pájaros cantan… ¡La vida brota por todas partes! Así sucede en la vida del cristiano. La revelación de Dios por medio de Jesús, al igual que el sol en la naturaleza, es indispensable para nuestra nueva vida y su crecimiento.
Esta renovación del ser “interior” se produce por su Espíritu, es visible en nuestro comportamiento, como el agua que brota de una fuente inagotable. ¡No le impidamos actuar! El Espíritu Santo nos habla de Cristo y obra por medio de la Palabra de Dios. Leyendo la Biblia y orando, somos “alimentados” por el Señor, animados en la esperanza y el amor, y esto nos lleva a alabarlo. Así la vida divina se desarrolla y crece en el creyente. Somos invitados a crecer “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18).
Nuestro Padre también nos forma para que llevemos más fruto. “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23). Para producir estos frutos debemos permanecer cerca del Señor, quien nos dice: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).
Con Jesús, “la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18). Ese día es aquel en el cual el Señor vendrá a recoger sus frutos: reunir con él a todos los que redimió.
Isaías 65 – Marcos 13 – Salmo 58:6-11 – Proverbios 15:19-20