Cuando la vida surge, por ejemplo, cuando escuchamos el primer llanto de un niño al nacer, cuando vemos los primeros brotes de la primavera, es milagroso: ¡La vida ya está allí por completo! ¡Qué maravilla! Su fuerza nos sorprende, su fragilidad nos inquieta. Su poder organizador nos sorprende tanto como su completa dependencia del entorno. La vida sigue siendo un misterio total, deslumbrante.
La admiración ante la vida nos hace pensar en el autor de ella, es decir, Dios, quien posee la vida en sí mismo (Juan 5:26). La diversidad y la superabundancia de la vida muestran algo de la grandeza del Dios vivo. Esta admiración se transforma en agradecimiento cuando tomamos conciencia de que nuestra vida es un regalo de Dios. ¡Él es la fuente de ella, y también es el que la sustenta!
“Alégrate”: Bajo la mirada bondadosa de Dios, hay lugar para el amor y el gozo, a pesar de la fragilidad de la vida. Pero el camino está demarcado: “Acuérdate de tu Creador”.
Si la vida es un regalo maravilloso, ¡debería honrar al que me la dio! Lo que haya hecho con ese regalo, ¿soportará el juicio del Dios infinitamente bueno y santo? No, pues el pecado que está en mí destruyó toda relación con él y orienta mi vida en un sentido opuesto a su voluntad.
Pero en su bondad, Dios envió a su Hijo Jesús para darnos otra vida, una vida nueva, espiritual, eterna. “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13).
Isaías 46-47 – Marcos 6:30-56 – Salmo 51:6-12 – Proverbios 14:29-30