Esta era la segunda vez que los hijos de Israel contendían con Moisés por falta de agua. La primera ocasión ocurrió poco después del Éxodo; esta segunda, cerca del final de su travesía por el desierto. En ambas situaciones estuvieron presentes una vara y una roca.
En el primer caso, el Señor ordenó a Moisés que usara su propia vara –la misma con la que había golpeado el Nilo convirtiendo el agua en sangre (Éx. 17:5). Con esa vara de juicio, Moisés golpeó la roca en Horeb (que significa «lugar desolado»), y de ella brotó agua para que el pueblo bebiera. En 1 Corintios 10:4 leemos: “Todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Co. 10:4). En la cruz del Gólgota, Cristo soportó el juicio cabal del pecado, y ahora invita a toda alma sedienta a venir y beber gratuitamente del agua viva que él ofrece: un agua que sacia eternamente y brota para vida eterna.
En el segundo episodio, el Señor mandó a Moisés que tomara la vara de Aarón –la vara que había sido puesta delante el testimonio tras reverdecer milagrosamente (véase Nm. 17:10). El almendro, primer árbol en florecer al inicio de la primavera, simboliza a Cristo en resurrección. Con esta vara sacerdotal, Moisés debía hablar a la roca, en lugar de golpearla como en la ocasión anterior. Sin embargo, desobedeció y, movido por la ira, golpeó la roca.
La lección es: Cristo murió una vez. No necesita ser golpeado nuevamente. Ahora estamos bajo la gracia, no bajo la Ley. “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 P. 3:18). Ahora, él es nuestro Sumo Sacerdote resucitado, quien se presenta “por nosotros ante Dios” (He. 9:24). Nuestro amoroso Dios suplirá todas nuestras necesidades según sus riquezas en gloria en Cristo Jesús (Fil. 4:19). Solo debemos hablarle en oración.