Una y otra vez, el salmista expresa su deleite en la Palabra de Dios, y por ello puede decir que esta Palabra era su consejera. Cuando debemos tomar decisiones, cuando surgen preguntas o enfrentamos problemas que requieren orientación, ¿a dónde acudimos? ¿Consultamos al «Sr. Google», o «Don ChatGPT»? ¿O acudimos a las Escrituras diciendo: «Señor, ¿qué debo hacer? Necesito tu consejo»?
En la actualidad, abundan los libros y manuales con títulos como «Cómo hacer…» que ofrecen soluciones prácticas para todo tipo de cosas. Sin embargo, nosotros debemos recurrir a las Escrituras como nuestro consejero.
A veces podríamos pensar que nuestros problemas «modernos» no están contemplados en la Biblia. ¿Estamos seguros de eso? Puede que no encontremos palabras exactas para cada situación, pero si escudriñamos con diligencia la Palabra, hallaremos respuestas también para los desafíos contemporáneos. ¿Por qué? Porque es la Palabra del Dios santo. Él sabía desde el principio los problemas que surgirían, y nos ha dado de antemano los principios que necesitamos.
La Biblia no es un libro de respuestas rápidas como un manual con índice y secciones. No encontraremos el «Párrafo 32-B» que diga exactamente qué hacer. Pero sí encontraremos principios, caminos y verdades que podemos aplicar a cualquier circunstancia de la vida.
Así pensaba el salmista, quien buscaba consejo y, por eso, acudía a la Palabra de Dios. Lo hacía porque en ella estaba su deleite. Decía: «Allí encontraré la respuesta, porque me deleito en esta Palabra. Recurriré a ella para obtener las respuestas que necesito».