María parece haberse turbado más que Zacarías al recibir el saludo del ángel Gabriel (v. 28). En efecto, Lucas utiliza una palabra griega más intensa para describir su turbación, aunque el resultado de su encuentro fue mucho más alegre. Zacarías quedó mudo, pero María magnificó al Señor por su misericordia (vv. 46-55).
¿Qué podemos aprender de la experiencia de María? Ante todo, que la disposición de Dios es bendecir. Envió a Gabriel con dos expresiones llenas de gracia: “Salve”, que puede traducirse como «te deseo alegría», y “muy favorecida”, una expresión estrechamente relacionada con la gracia. Gozar de Dios y remontarse a su gracia es uno de los grandes temas del Evangelio según Lucas (véase Lc. 2:10-11; 15:22-24; 24:50-53).
Es probable que María se sintiera particularmente turbada al escuchar las palabras: “El Señor es contigo” (Lc. 1:28). Desde su infancia, sin duda, habría aprendido sobre la majestad y santidad de Dios al leer el Antiguo Testamento. Ahora, el ángel le decía que ese Dios estaba con ella. ¿Qué podía significar eso? Vivimos en una época en la que no hay temor de Dios ante los ojos de los hombres, y esa falta de reverencia impide oír lo maravilloso del mensaje con el que Gabriel se dirige a María: “No temas.”
Naturalmente, María no podía comprender cómo concebiría un hijo. Su pureza moral (véase Lc. 1:27) hacía necesario el milagro del nacimiento virginal, mediante el cual su Hijo estaría libre de toda mancha de pecado. María era pecadora y se regocijó en Dios como su Salvador (v. 47). La sencillez de su pregunta (v. 34) fue equiparada por lo que ella dijo luego de la respuesta del ángel: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (v. 38). Con esas palabras, María se ofreció para que Dios la usara en una obra única: traer a Su Hijo al mundo en verdadera humanidad, para morir por nosotros (v. 42).
¡Que también nosotros estemos disponibles para Dios como lo estuvo María!